El refugio de festividades de miles de familias trabajadoras

Por años, las playas del litoral central Llolleo, Cartagena, El Tabo, San Sebastián, El Quisco, han sido el refugio de miles de familias trabajadoras que, con esfuerzo, logran arrancarse unos días del sofocante calor de Santiago para disfrutar del mar, saliendo del terminal de buses de Santiago innumerables son los horarios de buses directo a las playas de la zona central.
No son playas de lujo, ni exclusivas, ni rodeadas de hoteles cinco estrellas; son playas populares, accesibles, donde veranean quienes no pueden pagar un pasaje en avión lejos, ni vacaciones en el Caribe.
Pero estas costas están hoy en riesgo, el Proyecto Puerto Exterior de San Antonio amenaza con frenar el flujo natural de sedimentos provenientes del Río Maipo que alimenta y sostiene las playas del litoral. Un megapuerto con rompeolas gigantes que en la práctica, erosionará y reducirá el tamaño de estas playas y esto sumado a los efectos del cambio climático que acelera aún más los estragos y pone en jaque el turismo local, por ende el derecho de la mayoría de nosotros de disfrutar del mar, el paisaje y los encantos naturales que enamoraron a poetas y escritores, de las olas que aquí vuelven.
No se trata solo de arena. Estas zonas son el corazón del comercio estacional feriantes, vendedores de mote con huesillos, arriendo de quitasoles, artesanías, restaurantes familiares, locomoción interprovincial y claro ingresos informales. Miles de estos empleos dependen del flujo turístico popular, que cada verano llena las calles y balnearios del litoral, un golpe a las playas es también un golpe a la economía local que vive, literalmente, de la temporada estival.
Mientras tanto, en los discursos oficiales, se habla de progreso, de competitividad portuaria, de integración a las cadenas globales de comercio y obvio de que las televisiones llegarán más baratas, como si las televisiones sirvieran de algo en la canasta básica. Discursos totalmente alejados de la realidad y las necesidades locales, entonces nos preguntamos ¿qué pasa con quienes veranean en Cartagena o El Tabo porque no tienen otra opción? ¿Qué pasa con el derecho de millones de chilenos y chilenas de tener un espacio digno de recreación cercano y accesible?
El acceso al mar no puede convertirse en un privilegio para unos pocos ( porque el mar ya lo es). En un país atravesado por desigualdades, las playas de la región son uno de los pocos lugares donde aún se respira una cierta igualdad: el mismo mar, el mismo sol y la misma brisa para todos. Arriesgarlas por un megapuerto es condenar a las mayorías a perder ese espacio y los beneficios a la salud que brindan los lugares de descanso.
Hoy debemos preguntarnos con honestidad ¿Valdrá la pena sacrificar la recreación popular, la economía a escala local y la protección de nuestros ecosistemas costeros en nombre de un modelo económico que ya muestra claros signos de agotamiento y distanciamiento social?
El progreso que erosiona las playas donde veranean los pobres no es progreso, es despojo.

